Para t(m)i

    El otro día en el aula dijo uno de mis profesores que quizá uno de los mejores consejos para un escritor era que lo hiciese para sí mismo. No siempre me dirijo a mí, pero casi siempre me dirijo a alguien y, para no dejar de sentirme cómoda, pero para que esto sirva de algo, voy a intentar hacer ambas cosas.

Escribiré este texto, aunque en realidad ya lo estoy haciendo, para mí y para esa supuesta amiga que me susurra (aunque a veces más bien grita) que esto no vale para nada y que, siendo más bien mediocre, la decisión más sabia es tirar la toalla, pero como la sabiduría no es lo tuyo, seguirás jugando con una amiga que siempre ha sido invisible.

Escribiré para la amiga que prefiere no mirar al espejo a menos que haya cumplido con todas las expectativas que había fijado en ese reflejo. Como si un día lleno de lágrimas tuviese que cumplir con cánones estéticos la rojez de una mirada desesperada. Y también a la que viene siempre acompañada de todos los vínculos que establezco, para hacerse notar más que yo.

   Le diré a la última, que a pesar de formar parte de mi vida, nunca la he considerado una buena amiga. A pesar de ser menuda tengo la fuerza suficiente como para destaparme de cualquier sombra que no me deje brillar. Le diré al resto de ellas que nunca me hicieron falta para descubrir quién soy y de lo que soy capaz, a pesar de que se empeñen en compararse conmigo.

Estas palabras desgraciadamente no me las digo todos los días, ni siquiera todos esos días en los que me rodeo de estas amigas que, por si no se ha hecho notar lo suficiente, son algunas de mis inseguridades. Si me lo dijese cada día, no conviviría con ellas, pero tampoco estaría ahora escribiendo este texto.

Lejos de romantizar ningun malestar, intento hacerme ver (porque, aunque me encantaría que esto ayudase a otros, hoy esto va para mí) que quizá me falten horas de Sol para conseguir todavía más fuerza, pero que de ningún modo me voy a quedar a vivir en la sombra de algo que no soy yo.

   


    Así que Cris, llora, enfádate y frústrate si quieres. Anhela, sueña y desencántate. Siéntete decepcionada, desilusionada y cansada, pero que el último objeto de todas esas emociones seas tú. Entonces podrás reír después del llanto, y dialogar en una discusión, reírte de cuando las cosas salen mal, perseguir tus sueños (que serán entonces metas) encontrarás sentidos, le restarás importancia a lo menos importante, te ilusionarás y, sobre todo, tendrás fuerza para seguir haciéndolo y disfrutar de ello.

Hay días grises y etapas oscuras, pero tú eres la parte menos fea de toda esa nube, asique sopla, a ver si se esfuma.

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