Imagínate
¿Te imaginas lo que puede ser volar?
No volar, sino lo que puede ser.
Parecido a la libertad, pensamos.
Quizá, disfrutar en soledad.
Pero ¿y si nos ahogamos?
Para mí volar es como la felicidad, esa que no tengo ni puta
idea de definir, pero que suelo mencionar. Debe ser como estar libre de cargas
sobre las que andar, como la libertad de elegir el rumbo hacia un camino
abierto por todos sus lados, sin necesidad de retroceder, sin fallos que
cometer. El problema es que tampoco sé que es la libertad. Poder volar parece tan
ligero.
¿Te imaginas lo que puede ser feliz?
No la felicidad, sino poder ser feliz.
Parecido a la tranquilidad, pensamos.
Quizá, disfrutar todo el rato.
Pero ¿y si la cagamos?
Para mí ser feliz es la risa de un niño, símbolo perfecto
para identificar esa sensación de tranquilidad y diversión. Creo, sin embargo,
que requiere mucho más, como un grupo de símbolos que se añaden a esa risa
del niño. Por ejemplo, su motivo, quién o qué la provoca, quién la ve, con
quién la compartes, quién puede robártela o quién quiere guardársela. El
problema es que todos esos símbolos son justo los que te hacen dejar de ser un
niño, y te duelen tanto que dejas de reírte en la burbuja de tranquilidad y
diversión. Poder ser feliz parece cosa de niños.
¿Te imaginas dejar de enmarcar la libertad, la felicidad?
Dejar de obligarte a reír sin medida, a vivir en las
nubes, a divertirte y a no cometer fallos. No voy a soltar el sermón del “todos
somos personas” porque ni me gusta ni se ajusta. Yo prefiero tener en cuenta
a todos los símbolos que me hacen reír, que comparten mis risas, se las guardan
y me las recuerdan cuando no me siento tan niña. Prefiero que mis alas no
dependan de los caminos que elijo para mi vida sino de poder arreglarlos. Me
gusta, me encanta, divertirme y sentir que he aprovechado mi energía en hacerme
feliz, pero necesito una de cal y una de arena para valorar cada minuto que
disfruto. Y, os aseguro, que he cometido tantos errores como mencionado la
palabra felicidad, sin tener ni puta idea de cómo explicarlo.
No sé qué es la felicidad.
Sé qué me hace volar, cómo sentirme libre,
quién me hace reír y quién fue un error para
mi vida.
Tampoco tengo ni idea de sermones, pero me encanta dar consejos,
guardar todas las risas que comparten conmigo, y abrir el camino de todos los aburridos.
No está mal para quien ha dejado de ser una niña, o eso es lo que pone
en los marcos de “la felicidad”.
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